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EN SANTIAGO DE LAS CRUCES

Este es una cuento que comparto con ustedes, espero les guste. Ya está actualizado el blog!

Santiago de las cruces era un pueblo tranquilo, donde la población no crecía, donde en un calle nacía un pequeño, pero del otro lado del pueblo, un anciano seguramente había fallecido. Santiago de las cruces estaba entre el desierto, el pueblo más cercano se encontraba a más de cincuenta kilómetros.
Juan Bartolomé había llegado hacía unos años al pueblo, era uno de los últimos que había llegado para quedarse. Juan era un humilde jornalero, su trabajo que era de sol a sol, apenas le daba para comprar la comida y para satisfacer los berrinches de su esposa Romana, la hija de Don Horancio, el hombre más adinerado del pueblo, y que en los años que tenían de casado, jamás, pero jamás les había dado para terminar de construir la casa, o para las medicinas de Romanas cuando ésta enfermaba. Pero Juan no quería ser un simple jornalero, el deseaba ser algún día un hombre rico y poderoso, mucho más que su suegro, quería ser respetado y ser invitado a las fiestas de los grandes hacendarios, sobre a los de doña Clemencia, que eran las fiestas más concurridas.
Juan tenía muchas más preocupaciones que la de ser un rico hacendario, sus noches las pasaba con los ojos más abiertos que un búho, no podía dormir, y cuando lograba descansar por un poco, una terrible visión en sus sueños le aparecía, aunque no sabía lo que era, tenía la sensación de que era más real de lo que creía
Una noche después de que había llegado muy cansado por el arduo trabajo, y después de que su suegro le había dado un gran regaño que le había dado su suegro al intentar pedirle prestado dinero, y que éste negó. Juan estaba un poco inquieto y preocupado, ya que le había dicho a su suegro que éste pronto moriría por su enfermedad, Romana hacía como si no había escuchado nada.
A las doce de la noche, un ruido le aturdió en su interior, Juan se encontraba la entrada de un cementerio, las puertas se abrieron, entró y se sorprendió al ver mucha gente, pero todos estaban vestidos de negro, caminó y al final del cementerio un fantasma le hizo frente, era un hombre desfigurado, su ropa blanca llena de sangre que aún derramaba, Juan lo miró como si lo conociera, pero al mirar a través de sus ojos vio a su esposa, la cual se encontraba durmiendo a su lado, Juan se levantó de la cama, fue a buscar un vaso con agua, la tomó y volvió a intentar dormir.
—¿Quién..? — Dijo con una voz temblorosa — ¿Quién ere tú? —. Dijo ahora con una voz más firme, sintió que su piel se enrollaba en sí, y su estómago le daba vuelcos, aquel fantasma le estaba hablando, su voz fría y áspera, como si proviniese de las mismas tinieblas, sus ojos negros que desprendían fuego en su interior, un fantasma que al mismísimo don Horancio mataría de un infarto.
Juan se encontraba delante de las puertas del cementerio de Santiago de la cruces. Eran las tres de la mañana, la hora del demonio, del anticristo, justo el momento preciso para desenterrar un tesoro, el tesoro de Santiago Arango, quien fuera el último de la familia de las Cruces, los primero dueños del pueblo.
Abrió las puertas, entró con un pié, mientras que el otro no quería responder, el viento frío, mucho más frío que en invierno, el cielo nublado, sólo la luz de la luna iluminaba el cementerio. Estaba vacío, ningún alma viva ni muerta hacía presencia, sólo Juan, que se dirigió al final, donde estaba la última lápida donde leía “Aquí yace Don Santiago Arango de las Cruces—Retornará cuando llegue él”
Se encargó de destapar la bóveda, tal como se lo había dicho aquel fantasma en sus sueños, sintió que un fuerte viento salía de aquella bóveda abierta; Juan dio un pequeño gruñido al ver que estaba completamente vacío, solo que abajo no había superficie de cemento, sino de tierra; Juan se había arrepentido, pero ya era demasiado tarde, pensó que ya no era necesario buscar el tesoro, justo cuando dio un giro para irse, el fantasma de sus sueños se le apareció, cayó en la bóveda, sintió un dolor más fuerte en su corazón que el del golpe; cuando quiso levantarse, un mano fría como el hielo lo agarró del pecho, impidiéndole salir, quiso gritar pero no pudo, se había quedado sin voz, en ese instante, la mano se alargó convirtiéndose en una fuerte garra que apretaba más fuerte. Juan Bartolomé sentía como las garras se enterraban en su cuerpo, las nubes cubrieron por completo a la luna.
Mientras en su casa, Romana estaba dando luz al nuevo habitante de Santiago de las Cruces.

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Emmanuel Torres Hernández

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Bienvenidos!

Hola
Para empezar, quisiera compartir esta poesia.

RECUERDOS DE UNA INFANCIA

Cuán ingeniosa fue mi infancia
la calle, gris y calurosa, que
me llenaba de alegría;
cuando iba a, la gran escuela
que sigue con los mismos colores,
me retorcía entre los barrotes,
para no entrar, pues
dentro, había un sin fin de
cosas, que hacer a la llegada y
a la salida, y cuando
terminaban las clases,
el mar se precipitaba en
el portón poco ancho,
agua que ya quería salir
a su casa, para seguir jugando.
Y cuando llegaba a mi casa,
la comida aún caliente,
y otras veces, había que
esperarla, ya sea el patio
o la calle, jugando con los
amigos, el avión, el
trompo o el yo-yo,
presumiendo nuestra experiencia.
Ya en la noche tenía que
dormir, cansado y agitado
cubierto con tres mantas,
la tela, la losa y la
negrura encima de mi techo.

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Emmanuel Torres Hernández